Han pasado ya 11 años. Once años que han estado llenos de nuevos retos, muchísimas aventuras, formaciones, amigos, lugares. Un sin fin de emociones que han forjado un carácter y una forma de entender la vida en todos los sentidos. La montaña forja la mente y el cuerpo.
La Integral no ha sido lo mas difícil ni lo más largo, ni lo mas. Intento disfrutar de cada movimiento sin compararlo. Fue una experiencia vital,muy especial, ya que nunca habíamos escalado algo con tanto compromiso, fue una gran actividad entre dos grandes amigos, sin pretensiones, solo con amistad, buen humor y muchas ganas de escalar y de aprender a desenvolvernos en las grandes montañas.
De los fríos vivac surgió el viaje del siguiente verano, nos iríamos a Peru. Así son sueños, surgen de momentos especiales.
Como todo momento importante, al menos para mi, tuve la necesidad de plasmarlo por escrito. Dar rienda suelta a mis sentimientos en una hoja en blanco. Este escrito tiene ya 11 años, el verano del 2004.
Sobre todo gracias a Rodolfo por acompañarme en mis locos planes.
«Nuevamente nos encontramos en Chamonix bajo las mismas agujas, bajo las mismas estrellas y bajo esas agrietadas laderas glaciales que poco a poco y año tras año retroceden. Unos creen que por el cambio climático, otros pensamos que a lo mejor lo hacen acongojadas por lo sucedido en este mundo de locos, faltos de educación y de ética. Este año aquí me encuentro con compañero nuevo de cordada, con nuevas ilusiones y nuevos proyectos.
El plan, estar unos cuantos días, bueno, mejor dicho, un mes. Y en el escalar, escalar y escalar. ¡Cuanto mas mejor! Como sigue siendo habitual, el tiempo no es una joya y las tormentas nos obligan a escalar vías rápidas de las que podamos salir antes de que nos atrape Zeus con sus terribles rayos.
Un par de viajes al Refugio de Argentiere nos permiten volver a palpar ese granito que nos quita el sueño. Escalamos cuatro o cinco vías cortas pero muy elegantes y mantenidas. Con el tiempo en nuestra contra, lo normal es una tormenta al día, como si se tratara de una toma diaria de medicamento para calmar nuestras ansias de asaltar el gran bastión de roca que tenemos delante, aun tendremos que esperar unas semanitas mas para tener suerte con el tiempo. La opción elegida fue una visita a Envers des Aiguilles para escalar alguna vía que nos recomendaron. Al llegar ahi nuestros ojos no daban crédito de la cantidad de metros de buen granito que salía disparado hacia el cielo. Además coincidimos en el refugio con M. Piola, menudo elemento que aun sigue dando mucha guerra. Es el artista que mas pinceladas ha dado en este lienzo tan espectacular. Aquí escalamos un par de vías de Piola y de Steiner; ¡y como se nota la mano de los jefes!
Por fin la perseverancia da su fruto y se nos ofrece una ventana de tres días sin una tormentas. De tal manera que bebiendo unas cervezas comenzamos el sorteo para saber qué vía tendría la suerte de ser ascendida. Eso si, siempre intentando ser fieles a nosotros mismos y a nuestro estilo.
Había muchas papeletas en el sorteo, pero la elegida fue la de la Integral de Peuterey. Así que una vez decidida la vía, había que hacerse con las reseña. Un par de visitas a la Maison de la Montagne, con la obligatoria visita a la agradable chica de la meteo, jejeje, y ya teníamos la reseña. No era la mejor del mundo pero las ganas de trepar estaban por delante, así que al tema.
Con el fin de salir cuanto antes, decidimos hacer la mochila un poco minimalista. Dejamos en Chamonix el saco y media esterilla, subiendo la funda de vivac y la otra media esterilla. Un piolet por persona a demás de los crampones deberían bastar. Además decidimos que con dos friends, unos fisureros, cinco clavos y un tornillo de hielo pequeño valdrían para no pasar demasiado miedo.
Madrugón, el primero de muchos en esa semana. Cogemos el bus y en un plis estamos en Courmayeur, pasando 3000 metros por debajo de la cumbre que tendríamos que pisar días después. Ahí cogemos otro bus del valle y nos situamos en los aledaños de los caseríos de Peuterey. Desde aquí un bonito paseo y una ferrata muy entretenida nos conducen hasta el Refugio Borelli.
Por fin un refugio como dios manda y no como los MELIA del otro lado del macizo.
Tras una noche de poco sueño desayunamos y nos ponemos al tema. A las cinco de la mañana estamos a pie de vía pero dejamos que baje un poco la niebla, por eso de ver por donde va la vía. A las seis comenzamos a escalar. Salimos en ensamble, no volveré a ver a mi compañero hasta dos horas mas tarde. Punta tras punta, vamos viendo como caen la Bífida, la Welzembach, la Brendel, la Otto y la Bich. Viendo al final la cumbre de la Aiguille Noire de Peutery y siendo las ocho de la tarde, decidimos parar. La cumbre esta ahi mismo y no nos daría tiempo de rapelar y llegar a las Dames Anglaises, asi que en una buena repisa, instalamos nuestras escasas pertenencias.
El segundo día llegamos a la cima en un momento y comenzamos el periplo de los 15 rápeles. !!!ODIO RAPELAR!!! Y todavía mas después de aquello. Una vez en la canal sur, subimos a la brecha , atravesamos las Dames y rapelamos nuevamente. Pero esta vez solo eran cuatro rápeles, ¡pero vaya cuatro! Ahí se encuentra un muestrario de cuerdas cortadas; las nuestras sufrieron un poco debido a las piedras que caen , una quedo de 50 metros y otra de 40, pero menos es nada, así que tras una canal de 200 metros de hielo negro, nos instalamos en el hotel Craveri. Al instalarnos en nuestra mansión nos hicimos la misma pregunta que se hace todo el mundo que llega ahí, ¿como coño han subido esto? A partir de aquí escalaríamos hermanados con otra cordada de escaladores vascos, Lucio y Txingo.
El tercer día decidimos que si apretamos, llegaríamos al Mont Blanc y de ahí a por unas cervezas a Chamonix. Aunque la realidad seria otra muy distinta. El destino nos deparaba un desengaño. Esas zonas de III y III+, por las que normalmente pasamos cual balas salidas de un cañón, en esta época del año y debido a la falta de nieve y el calor de los últimos días se habían convertido en una trampa mortal. Para comenzar las reseñas dictaban: desde Craveri, dirigirse hacia el oeste para remontar dos chimeneas, unas lajas y volver a la arista sudeste que desciende desde la Punta Gugliermina. ¡El problema es que al salir de la segunda chimenea aparecen lajas por todas partes y todas lleva a una arista sudeste! Así es que se sigue la vieja tradición… ¡Tira palante y por donde se te hinchen las pelotas! De esta manera llegamos a una zona por la que parecía que otras personas ya habían pasado, una cinta y un clavo mas viejos que Matusalén así lo confirmaban. Pero un poco más adelante al escalar una canal que parecía no estar tan guarra un derrumbe nos hizo pasar un momento de terror. Pasado este momento de tensión y unos cuantos más al atravesar los corredores que se encontraban convertidos en autenticas boleras llegamos a la Aiguille Blanche de Peuterey. Una vez realizados los últimos rápeles de la vía nos dimos gusto con las navajas cortando las maltrechas cuerdas y preparándonos a pasar un gélido vivac en el collado. Todas las penas pasadas hasta ahora, los madrugones, golpes de las rocas y el castañeo de dientes por la fría noche se vieron recompensados al ver el astro rey e iluminar el Pilar Central del Freney. Una vista a la que ni el mejor poeta podría hacer justicia.
Finalmente, ya desentumidos proseguimos a escalar el Grand Pilier D’Angle. Unos últimos largos de hasta V o V+ en roca y unas travesías en nieve nos conducirían hasta la arista de nieve termina en la cumbre del Mont Blanc de Courmayeur. Antes de atacar la arista decidimos comer nuestras últimas reservas. Un pequeño trozo de queso, uno más pequeño aún de chorizo, una taza de cus cus y unas cuantas uvas pasas tendrían que ser suficientes para cuatro. Bueno, pues con la mochila un poco mas ligera y unas nubes amenazantes en el horizonte terminamos de subir estas maravillosas pendientes que nos conducían a lo que sería la última parte de nuestra aventura. Tras felicitarnos por el esfuerzo y tomar algunas fotos de rigor hicimos la travesía final hasta la cumbre de Europa, el magnífico Mont Blanc. A fin de cuentas aquí nos encontrábamos, a 4808 m, éramos cuatro chingones más contentos que la hostia.
Conversamos unos momentos con unos guías que se encontraban en la cumbre con sus clientes y nos dispusimos a bajar hasta el nido de ratas más alto del mundo. El vivac Vallot es una porquería inmunda. A pesar de las prohibiciones de utilizarlo salvo en casos de emergencia la gente, perdón, los gamberros que suben por la vía normal siguen dejando huella de su paso por ahí. ¡Y de que manera! Montones de basura, vómito y excrementos son tus acompañantes para la noche. Hartos de tanta mierda emprendimos el descenso por la vía normal hasta el Nido del Águila, donde unos colegas nos habían dejado comida y bebida escondidos detrás de una piedra bajo una tabla faltante en la tarima de la estación del tren de cremallera. Tras un festín, bueno, medio fuet y algo de pan puede ser considerado una verdadera panzada luego de lo poco que se había comido en los últimos días, abordamos el tren que nos llevaría hasta Les Houches. El reencuentro con el mundo civilizado era un verdadero choque cultural, aquí al menos teníamos que aparentar ser algo civilizados. Ver nuevamente la cara de los colegas que habíamos dejados atrás, la ilusión de comer hasta reventar y una ducha caliente nos hacían olvidar el cansancio. No fue sino hasta esa tarde, cuando estando tirados en un prado cerca de Les Praz que nos vino a la mente lo que hemos hecho. Una vía muy guapa con un ambiente acojonante y una compañía inmejorable. ¡Vaya forma de subir por primera vez al Mont Blanc! Así es que unos días más tarde con 2 nuevos amigos y un viote en la espalda nos volvemos hacia nuestras respectivas casas, a recordar los momentos pasados y seguir soñando con ese granito dorado, los cielos estrellados y esa próxima vía en el jardín de los Alpes…»