la gran mayoría de los escaladores nos gusta este deporte por todo lo que gira a su alrededor, amigos, viajes, paisajes y naturaleza en estado puro.
De esto último, es de lo que voy a hablar. De lo que podríamos encontrar, alrededor de alguna de las escuelas de la provincia de León.
Cerca de las paredes calizas (de Valdehuesa, por ejemplo), donde intentamos superarnos entre cantos, regletas, ñapas, fisuras y romos; surgen desde los pequeños prados que ha trabajado el hombre, bosques de robles, salpicados con hayas, acebos y algún que otro cerezo silvestre. Las zonas más abiertas, presentan una vegetación distinta, formada por un estrato arbustivo de brezos, genistas, rosales silvestres y escobas.
Los cambios de color provocados por las estaciones del año en el bosque caducifolio, hacen que del mismo paisaje retengamos distintas imágenes en nuestra memoria. Éstas se llenan de verde intenso en primavera y verano, tornan al rojo, naranja y amarillo en el otoño y habitualmente al blanco en el invierno.
Aunque a primera vista, no veamos muchos animales, los hay.
Los que observaremos con mayor facilidad, serán las aves. Rapaces diurnos como los ratoneros comunes y los buitres que viven aquí durante todo el año, o los alimoches y milanos negros que vienen durante el periodo estival dejando atrás su país de origen, África.
Cuando anochece, podremos escuchar en la profundidad del bosque el canto del cárabo, al que podríamos llegar a ver, con algo de suerte.
Muy cerca de las paredes encontraremos un córvido, que se convierte en nuestro enemigo cuando escalamos cerca de sus nidos, la chova. Oiremos y veremos volar entre los robles a los escandalosos arrendajos, cornejas y cuervos.
Los agradables silbidos que llegan hasta nuestros oídos, pertenecen a los pájaros más pequeños y de colores más contrastados; herrerillos, carboneros, pinzones, petirrojos, trepadores azules o mirlos.
Desde la profundidad del bosque escucharemos la rítmica percusión de los pájaros carpinteros al golpear su pico contra los troncos.
Un reloj natural marca en verano las horas, es el cantar constante de los cucos.
Más esquivos por sus hábitos crepusculares, son los mamíferos. Dentro de estos podríamos diferenciar entre los carnívoros y los ungulados.
El primer grupo lo formarían, el lobo, el zorro, el gato montés, el tejón o la garduña. Excepto al primero, al resto los podríamos sorprender en sus desplazamientos o mientras están buscando alimento, lo normal es encontrar sus rastros (huellas y excrementos).
Entre los ungulados podremos encontrarnos a los jabalíes o más bien los surcos que hacen en los prados cercanos a las vías, a los ciervos y de manera más habitual a los pequeños corzos, conocidos como los “duendes del bosque” por su fragilidad y timidez. Los machos en el mes de julio, amenizaran nuestras subidas y bajadas, con sus ladridos provocados por el celo, pero el resto del año pueden ladrar al sentirse sorprendidos por nosotros.
Entre las fisuras y agujeros de nuestros proyectos, pueden esconderse, murciélagos, lagartijas e incluso algo más peligroso para nuestra salud, las temidas avispas o en algunos casos alguna culebrilla.
Algunas plantas son capaces de usar estos recovecos para instalar sus raíces, las uñas de gato (Sedum), las bocas de dragón, el ombligo de Venus y a veces, por desgracia, las zarzas, que pueden convertir una fácil ascensión en toda una aventura.
Para concluir este texto, solamente recordaros que para que todo esto siga así. Hay que intentar ser cuidadosos con el medio que nos rodea y por supuesto, que apretéis a muerte.