MONTAÑAS DE CADA DÍA, CORDILLERA CANTÁBRICA
Escribí este texto hace ya algunos años, para una revista local. Me pedían que contase el por que de mi amor por mi trabajo en la cordillera Cantábrica.
De vez en cuando lo releo.
«Alcanzar la cumbre principal de los Alpes franceses un día despejado de verano implica hacerlo inmerso en una caravana de alpinistas y me hace sentir como si recorriera las calles de una ciudad atestada de turistas que van y vienen. Para mantener buen ánimo, a pesar del cansancio que provoca una ascensión como esta y de la decepción de encontrar la cumbre llena hasta los topes, suelo imaginarme en solitarias montañas y silenciosos valles y desear que llegue pronto el invierno para darle un respiro al Mont Blanc.
Me gusta trabajar en las montañas y tengo la suerte de hacerlo en muchas y muy diferentes pero, invariablemente, durante los largos viajes de regreso me apremia la necesidad de ver la silueta de la cordillera, cuando la veo estoy seguro de haber llegado a casa.
Las cumbres de la cordillera Cantábrica rondan, “tan solo” diría un megalómano, los 2000 metros y no son las montañas-objeto de las portadas de las revistas especializadas, pero tienen, por ahora, una ventaja respecto a esas otras: aún se puede disfrutar en ellas de la naturaleza y de la soledad, aún no existen grandes infraestructuras que conviertan estos valles en vulgares parques de aventura. En la cordillera la mano del hombre aún no ha relegado a la naturaleza a un segundo plano dentro del paisaje de montaña, aún se disfruta de senderos por auténticos bosques, de aristas apenas transitadas y de cumbres con vistas espléndidas.
Desde las montañas de León se puede contemplar la silueta de los Picos de Europa, del Mampodre, de las Ubiñas, de Fuentes Carrionas, los Argüellos… o de todas a la vez. De camino es posible pasar por aldeas en las que sus moradores aún guardan costumbres ancestrales y recorrer sendas y aristas compartidas con osos, lobos, alimoches, buitres…
Hay muchos lugares sugerentes y accesibles en las zonas montañosas del norte y noreste de nuestra provincia, algunos muy cerca de la ciudad. El Polvoredo o Correcillas, que al regresar de viaje desde la meseta, y acercarnos a León, se divisa como una gran punta de flecha, junto con Peña Galicia, Valdorria y los valles del Marques y de Correcillas son lugares tranquilos, amables y accesibles en cualquier época del año. El Coriscao, que tiene una de las mejores vistas de los Picos de Europa, Peña Prieta, Tres provincias y la cuenca alta del Esla, es muy visitada por aficionados al esquí de montaña. La Peña de la Cruz, la Peña del Mediodía y La Polinosa, que forman el agreste grupo del Mampodre en el que los efectos del pasado glaciar son patentes, constituyen un lugar excelente para la practica de disciplinas invernales pero exigen experiencia y prudencia.
Algunos de estos lugares, que me parecen representativos del valor de nuestras montañas y de un razonable estado de conservación, están amenazados por proyectos públicos o privados que solo toman en consideración el rendimiento económico inmediato (cotos intensivos de caza, estaciones de esquí, teleféricos, ferratas, etc.) Y nada más, porque no tienen en cuenta el valor intrínseco del paisaje actual ni los cambios que puedan afectar a los proyectos en el futuro. Aún sin ser un experto en la materia se me ocurren varios ejemplos de zonas de mi entorno próximo en las que la explotación intensiva reportó beneficios y empleo durante una o dos décadas y que al final, gravemente alteradas, han quedado abandonadas y privadas de su valor natural y de su potencial turístico.
Las sensaciones, emociones y sentimientos que surgen durante las jornadas de montaña, me hacen reflexionar sobre la importancia de preservar la inmensidad y belleza de la cordillera Cantábrica y sobre el valor intrínseco de cualquier espacio natural libre de grandes instalaciones o intervenciones humanas».